Un espacio y un tiempo
Entre los primeros componentes necesarios para definir un acompañamiento psicosocial está el decidir dotarle de un espacio y un tiempo para realizarlo. / que abrigue/ contenga su realización.
Acordar y establecer ese espacio y tiempo es algo muy concreto y sencillo, a la vez que lleno de significados.
Implica reconocer que nos sucede algo suficientemente significativo para nuestra vida, que, por eso mismo, amerita una atención cuidadosa, en la que estamos dispuestos a comprometernos para realizarla de manera seria y responsable, pues en ello nos va algo importante.
Esta importancia significativa se entrelaza con el valor que otorguemos al espacio del acompañamiento, a todos sus componentes e integrantes, con la posibilidad de que lo que hagamos en él nos pueda llegar a resultar de utilidad. Es en ese hacer esforzado y comprometido, en donde radicamos la esperanza; no hacemos promesas de técnicas mágicas que todo lo solucionan rápida y fácilmente.
La persistencia, la perseverancia, la regularidad.
Aquello que está en la cotidianeidad, para resultar cotidiano, necesita mantenerse asiduamente en un periodo de tiempo; es decir, requiere una regularidad y una duración.
El respeto
Reconocer el valor del espacio de encuentro, de lo que en él se hace, de quienes lo hacen, de su tiempo, esfuerzo y dedicación, y actuar en consecuencia es lo que entendemos por dotarle de un marco de respeto.
Ese respeto se concreta en el llevar a cabo, en lo concreto y cotidiano, los acuerdos que se establezcan para definir el detalle de la interacción en el acompañamiento: la voluntad y apertura para un diálogo honesto, la puntualidad y mantenimiento de las citas, el aviso con antelación cuando no se pueda acudir por una cuestión de fuerza mayor, el cumplimiento oportuno de los términos de la reciprocidad, etc.
Esas reglas del acuerdo que enmarcan el hacer del acompañamiento se construyen a través del diálogo entre los seres humanos involucrados, que se tratan en condiciones de igualdad en la diferencia y de respeto, es decir, en una distribución de poder que busca un equilibrio de la simetría en la equidad, y en el que la última palabra sobre los problemas, soberana y responsable, la tiene, sin duda, la propia persona que los carga.
La reciprocidad forma parte de estos acuerdos que conformarán el marco de respeto. Es una forma de reconocer el valor del espacio, del tiempo, del esfuerzo y bagaje que el interlocutor pone en el tablero; es también una forma situada de principio de realidad de la interacción y de todos sus integrantes que, como muchas otras personas en su contexto, requieren cubrir una serie de materialidades, y lo hacen a través del ejercicio de un su oficio; sin los significados y materialidades de la reciprocidad, el espacio no resultaría sostenible.